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Una rosa sola de Muriel Barbery
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Una rosa sola de Muriel Barbery
El relato de Galiana
El bosque
No, no me preguntes si volví a sentir mariposas en el estómago, porque el bosque, desde aquello, no volvió jamás a sentir lo mismo.
Galiana 2018
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Llévame a casa - Jesús Carrasco
El relato de Galiana
La Tormenta
Fuera está lloviendo. Es tan solo
una tormenta de verano, pasajera. Mucho relámpago, mucho trueno, mucha gente
gritando y corriendo en busca de refugio. Todo muy espectacular, muy rápido,
muy del momento. No dejará huellas.
Dentro está lloviendo. Una tormenta que se veía venir estalla en el peor instante. Para estas cosas nunca hay momentos perfectos. Los truenos son perceptibles en la calle, pero nadie parece escuchar. Los habitantes de la casa no tienen dónde refugiarse del aguacero que les cala a pesar de llevar la ropa seca.
Fuera hace tiempo que dejó de llover. Las gentes pasean con normalidad. Se escuchan risas de niños. El sol brilla.
Dentro la tormenta ha cesado. Hay destrozos irreparables. El sol tardará en volver a salir.
Galiana
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Twitter: @GalianaRgmClub de lectura
La novia gitana de Carmen Mola
Una novela trepidante escrita bajo un pseudónimo.
La identidad de Carmen Mola nos es desconocida...
Incluso para la protagonista de este libro,
la inspectora Elena Blanco.
Para mí, el éxito de esta obra radica en que, como el resto de la trilogía, se escapa del estereotipo del mero libro de seiscientas páginas que no dice nada.
Es una historia a la que no le falta ningún tipo de detalle. Se puede decir que es de lo mejor del género de Novela Negra. Para un amante de las novelas de misterio, pienso que la historia resultará muy entretenida: sorprende a todos los aficionados a este género. Es una novela muy dinámica, en la que no cesan de ocurrir cosas, una tras otra, y en la que la construcción del personaje es de lo más completa. Recomendable al cien por ciento.
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Manuel Maldonado Gil es bibliotecario,
lector imparable,
dedicado a las actividades culturales
de fomento de la lectura.
El relato de Galiana
Una escalera con algo de misterio
Y
no, no vivo en el ático abuhardillado con una enorme terraza con vistas
espectaculares al cielo de Madrid, lamento si te he defraudado, pero soy tan
normal como tú.
El
lugar donde resido es un cuarto piso con ascensor, de ésos que aún conservan la
estructura de hierro en la escalera típica de los años cuarenta. Lo han
reformado de maquinaria y le pusimos hace unos diez años una cabina nueva, que
nos costó lo suyo a los vecinos, pero conseguimos que siguiera teniendo ese
regusto a viejo/nuevo que se nos ha dado por denominar vintage.
En
el piso de arriba, y último del edificio, solo hay una puerta que corresponde a
una única vivienda. En el resto tenemos cuatro por rellano, pero solo dos
viviendas, ya que cada piso cuenta con entrada de servicio que se decía antes,
puerta en la cocina que le llamamos ahora. En el mismo portal está la portería,
una vivienda de unos cincuenta metros donde vivía Jacinto.
En
el ático vive una encantadora viejecita nonagenaria con una única afición.
Sobre las tres de la madrugada le da por mover los muebles de toda la casa. Te
cruzas con ella en el portal y te pide que le lleves la bolsa del pan porque
está de la espalda, de las piernas, del corazón, y hasta del moño, si ve que no
le extiendes la mano par ayudarla. Vive sola, pero por la noche debe tomar
vitaminas en la cena que la convierten en superwoman, con la energía suficiente
para arrastrar los muebles por el suelo, debe estar buscando un tesoro oculto
debajo de alguna baldosa.
En
el cuarto comparto pared del salón con la casa del al lado. En ella viven
cuatro chicas universitarias, el padre de una de ellas es el propietario, pero
ni aparece por el edificio jamás, al menos yo no le he visto nunca. Las chicas
tienen a bien organizar todos los sábados durante el curso escolar, no falla ni
uno, unas fiestas que una porque ya peina canas que si no me pasaba por allí
por ver si se me pega algo. Un día subí con un par de ellas en el ascensor y me
preguntaron si la música me molestaba:
-No
os preocupéis, yo trabajo mejor de noche, y no interferís para nada en ello.
Me
callé que el vecino del edificio de enfrente, en la panadería, no hace más que
decir que está como loco por meterles mano, por ambientar la calle la noche de
los sábados como si fuera una verbena popular.
En
el piso de abajo vive un matrimonio joven, no tendrán más de treinta, si los
tienen, con un bebé de un año aproximadamente. Lo sé porque desde que nació la
criatura la mezcla entre la música de las chicas de al lado y los llantos del
infante son para que el Dj del momento haga un superventas y se forre.
El
piso de al lado al matrimonio con el niño está vacío desde hace no sé cuántos
años, incluso antes que yo me mudase a vivir aquí. Por lo visto los dueños eran
un matrimonio sin hijos que se mató en un accidente de tráfico. Los sobrinos
llevan años litigando en los tribunales por la herencia, y de seguir así van a
disfrutar solo de lo que dejen las termitas.
El
segundo, todo él, es un despacho de abogados. Cierra, con puntualidad
británica, a las siete de la tarde de lunes a jueves y a las tres los viernes.
Nadie aparece por allí los fines de semana, ni durante el mes de agosto, ni en
navidades. Son cuatro jóvenes engominados, perfectamente trajeados, y muy
educados todos ellos. El que viene a las reuniones de la comunidad es de ésos
que dices:
-Dios,
porque no habré nacido diez años después.
El
primero es una tienda de vestidos de novia. Las dueñas son dos chicas, muy
monillas ellas, algo tontas para mi gusto, pero muy monas ellas. Las ventanas
las convirtieron, dentro de lo que la ley les dejó, en escaparates llenos de
maniquíes vestidos de blanco inmaculado.
El
edificio es peculiar porque en el primero se hace lo posible por casar a las
parejas, y en el segundo si la cosa sale mal se las divorcia.
¿Por
qué te cuento todo esto, a ti, mi cómplice lector?, porque necesito que te
conviertas en detective y me ayudes a resolver un caso que se produjo hace unos
días en el edificio en el que vivo.
Tranquilo,
no sucedió ningún asesinato, nadie fue agredido, ni robaron en ningún piso. Una
vive en un barrio bien donde esas cosas no pasan.
Te
pongo en situación.
Empezando
la tarde-noche del pasado sábado llegaba a casa cargada con bolsas después de
pasarme por todas las tiendas de un conocido centro comercial. Salí temprano de
casa en plan “le doy alegría a la tarjeta hasta que los pies me digan:
-Llévanos
a casa que estamos destrozados.”
Llegar,
darle al ascensor y ver que, por enésima vez, se había vuelto a averiar, me
sentó como una patada ahí mismo.
Lo
primero que pensé es por qué narices se había tenido que jubilar el portero de
la finca hacía un par de meses, con lo fácil que hubiera sido tocar la puerta
de su vivienda, en la portería, dejarle los bultos, pedirle que me los subiera
cuando pudiera, y subir con las manos vacías. Jacinto y su mujer ya no estaban,
su hijo no quiso quedarse y heredar el oficio del padre. Un chico muy guapo, a
que negarlo, pero en cuanto abría la boca te dabas cuentas que lo suyo no era
ser servil, y el oficio de portero es lo que tiene.
El
caso es que Jacinto y su familia me habían hecho la puñeta con su marcha. Me
tocaba subir cargada como una mula los cuatro pisos.
Miré
mis brazos y me dije:
-Galiana,
no te hagas la remolona que nadie va a venir a socorrerte.
Inicié
la subida por la escalera, no sin antes quitarme el abrigo y colgarlo del bolso
de bandolera que llevaba colgado del cuello, no tenía ganas de sudar la gota
gorda.
En
el último tramo de escalera antes de llegar al primero me encontré con un
zapato negro de tacón de aguja. Pensé:
–
“Se le ha debido caer a alguna de las chicas que se lo ha quitado para subir
mejor. Se habrá dado cuenta cuando ha llegado arriba, y seguro que baja a por
él cuando arreglen el ascensor”.
Mi
teoría del zapato abandonado sin querer se me cayó cuando al iniciar la subida
al segundo me encontré con el compañero. Aquello no era una caída accidental,
era un…
-No
puedo con vosotros, ahí os quedáis, que ya os recojo cuando no tenga que subir
andando.
Continué
mi ascenso, todavía quedaban el segundo y tercero antes de llegar al cuarto.
Lo
de los zapatos me pareció exótico, pero bueno. Lo que pasa es que, en el
rellano del segundo, delante de la única puerta que da acceso al despacho,
encontré un par de medias. Verlas y sonreír fue todo uno. Pensé:
-“Estas
chicas… Cómo baje Doña Encarna y lo vea les va a llamar la atención, con las
ganas que las tiene”.
En
la puerta del ascensor del tercero me encontré con una falda. De ésas que una
no sabe si denominarla como tal o mejor decir que es un cinturón ancho y
terminar antes.
Una
de las chicas se estaba desnudando por la escalera, eso estaba claro. Debía
tener mucha prisa o, mejor dicho, una urgencia muy, muy grande.
Lo
de ver unas minúsculas braguitas negras tiradas en el felpudo de la entrada de
mi casa me hizo soltar un:
–
¡Ay, cuántas prisas tienen algunas!
Abrí
la puerta de casa. Solté las bolsas en el suelo, como si de un peso muerto se
tratasen. El bolso y el abrigo los tiré también. Me dejé caer en el sofá todo
lo larga que soy.
-Joder,
esto de subir cuatro pisos no es lo mío, me estoy haciendo mayor.
Al
recuperar el aliento me levanté y recogí todo lo que había abandonado en el
suelo de la entrada. Cuando quité la última bolsa reparé en un papel que
alguien debía haber metido por debajo de la puerta antes que yo llegara:
-Este
fin de semana no estaremos en la casa. Nos vamos a esquiar. Regresamos el lunes
por la mañana. Besitos. Tus vecinas.
Las
chicas se habían ido, ¿de quién era la ropa que me había encontrado por la
escalera? Salí de la casa, no sé muy bien por qué. Entonces vi un sujetador
negro en el tramo de escalera en dirección al piso de Doña Encarna. Me pudo la
curiosidad, lo reconozco, subí hasta el último piso. Di la luz, que se había
apagado como siempre suele suceder en estos casos. En ese momento el ascensor
se puso en marcha, escuche risas nerviosas en su interior.
¿Serías
capaz, con tus dotes detectivescas, de decirme a quién podía pertenecer la ropa
de la escalera?
Galiana
Febrero 2016
Galiana escritora, contadora de historias,
sus relatos están cargados de
realidad,
sentimientos ocultos, deseos
perseguidos,
miedos y valentías... Y sorpresas.
Sus historias no te dejaran indiferente.
Sus finales te sorprenderán.
Puedes encontrarla en:
Blog:galianaescritora.com
Twitter: @GalianaRgm
Instagram: @galianargm
Facebook:Galiana Rgm
Telegram: Canal Galianaescritora únete en https://t.me/Galianaescritora
Club de Lectura
Luís Fernando Felipe Merchán.
Erudito estudioso de filósofos y autores contemporáneos,
amante de la lectura, la música y las artes en general,
la literatura y la poesía en especial,
dedicado a la defensa de los derechos de los trabajadores.
El relato de Galiana
Uno de niños para adultos, por favor
Me
encanta que tú, si, tú, como lector me pongas retos, pero reconoce que esta vez
te has pasado por lo menos tres pueblos.
Tu
idea de que escribiera un cuento para niños me gustó, es más, me ha recordado
cuando lo hacía para los míos, pero añadir que gustara tanto a padres como a
hijos ya es más complicado.
Un
cuento infantil es un texto muy especial. Además de enganchar al niño, asunto
complejo donde los haya, no tiene que ajustarse a la realidad de los adultos,
sino a ésa que ellos tienen en su mente, para ello hay que volver a ser niños
sí o sí. La narración debe ser clara, concisa. Y, como diría un famoso
entrenador de fútbol, siempre en positivo. En cuanto a la extensión del texto
es preferible pecar de brevedad a hacerlo por exceso. Los temas sencillos
siempre funcionan. Pueden desarrollarse en un lugar o en un tiempo imaginario
siempre y cuando ellos sean capaces de hacerlos suyos, la regla es que todo lo
que puedan imaginar es perfectamente creíble si está bien explicado. La
narración en primera persona es mucho mejor, ya que le convertimos en
protagonista del cuento desde el minuto cero.
Los
relatos para adultos también deben atrapar a quien los lee desde la primera
frase, pero aquí podemos dejarlo todo a una doble o incluso triple
interpretación. No es necesario un final cerrado. Cuanto más enredosa y
escabrosa sea la trama mucho mejor, no nos engañemos, nos pirramos por los
crímenes en todas sus modalidades y qué decir de las traiciones y deslealtades
amorosas.
Escribir
un texto claro, conciso, en pocas líneas, y con final cerrado para una persona
que se dedica a ser cuentista forma parte de su día a día. Elegir un argumento
que interese tanto a niños como a adultos ya es una cuestión de enjundia, y no
es nada fácil.
Después
de darle no pocas vueltas al planteamiento mis “células grises” han parido este
relato. Sobre si puede ser tan interesante para los peques como para adultos lo
dejo en tus manos.
Domingos de fútbol y tortilla
con hormigas
“Los domingos, una vez que entraba la primavera,
mi hermano y yo nos levantábamos temprano para vestirnos con el pantalón y la
camiseta del Real Madrid. De esa guisa nos sentábamos en la mesa de la cocina a
tomar nuestro tazón de Cola-Cao con churros. Entre miradas de complicidad y
risas desayunábamos a toda prisa para ir raudos a la calle para ayudar a Papá a
cargar el coche con bultos que Mamá había ido dejando en la entrada.
Bajábamos una cesta con tortilla de patatas y
filetes empanados, que ella había estado cocinando mientras nosotros tomábamos
el desayuno. Después de la cesta le tocaba el turno a la nevera, donde había
botellas de agua, Coca-Cola y Mirinda cubiertas con el hielo. Lo último que
nosotros llevábamos al coche era una bolsa con un mantel de cuadros rojos,
cubiertos, platos y vasos de plástico.
En el maletero Papá ya había acomodado la mesita
azul plegable con las sillas a juego, la sombrilla de color verde y naranja y
la televisión portátil. Mi padre se llevaba al campo una tele que le había
traído nuestro tío cuando había hecho la “mili” en Canarias. La enchufaba al
mechero del coche para ver el Telediario a la hora de comer, y la película de
después mientras jugaba a las cartas con los padres de los López, los García y
los Pérez. La de veces que nos reñía al pasar por delante de ella para recoger
el balón que se nos había escapado tratando de emular a Pirri, Amancio o Del
Bosque.
Nosotros con nuestra equipación del Real Madrid;
Papá con su chandal azul, su camiseta de rayas verdes y azules y unos zapatos
de color marrón formábamos la parte más deportiva; mi madre y mi hermana la
pequeña vestían de otra manera. Mamá llevaba un traje pantalón con unos zapatos
de tacón; mi hermana un vestido cuyo color hacia juego con los lazos de sus
trenzas y unos zapatos blancos.
Una vez los cinco estábamos sentados en el coche
Papá arrancaba. Mi hermano y yo mirábamos el reloj que me habían regalado los
abuelos por la Comunión, sabíamos que en hora y media llegamos a nuestro sitio
de costumbre donde ya estarían los López, los García y los Pérez. Siempre
éramos los últimos en llegar, a los miembros masculinos de la familia nos
fastidiaba, pero nunca supimos qué hacían Mamá y “la Niña” en casa, el caso es
que hasta que Papá no se fumaba el pitillo y aplastaba la colilla en la acera
con el pie ellas no aparecían por el portal.
Nada más llegar a nuestro sitio las madres se
ponían a hablar de sus cosas formando un corro mientras mi hermana y las otras
niñas saltaban a la comba o al “pilla, pilla”. Los padres, por otro lado, se
empeñaban en enseñarnos cómo había que pegarle un buen zurdazo al balón para
marcar gol. Así se pasaba la mañana.
A la hora de comer Mamá llamaba a Papá para que
clavara la sombrilla y abriera la mesa y las sillas al lado del coche. En unos
minutos la tortilla de patatas y los filetes empanados estaban sobre los platos
de plástico, los vasos llenos de Coca-Cola para los mayores y Mirinda para los
pequeños.
Al banquete dominical y sin que nadie las
invitase se unían las hormigas. A mi hermano y a mí no nos importaba
aplastarlas contra el borde del plato, o beberlas del vaso donde flotaban en la
Mirinda. A Papá los insectos le daban lo mismo, se comía el pan llevara o no
bicho. Las chicas, por contra, tenían problemas con los diminutos animalitos:
Mamá se desquiciaba intentado quitárselas del plato a “la Niña” para que dejase
de chillar:
-Aquí, mamá, aquí hay una, ¡quítala, quítala,
quítala!
La comida llegaba a su momento culmen con Mamá
diciéndole a Papá que el próximo domingo no volveríamos allí porque estaba
harta de hormigas, niños y demás.
Luego Papá pedía silencio porque empezaba el
Telediario. Todos mirábamos la diminuta pantalla del televisor en silencio
engullendo la tortilla, los filetes, la manzana y alguna que otra hormiga.
En cuanto acababan las noticias mi hermano y yo
nos levantábamos y nos íbamos a jugar al fútbol con los hijos de los López, los
García y los Pérez. Los padres encendían un puro y jugaban al mus, con una
película en la diminuta televisión que nadie veía. Las madres y las niñas
dormían la siesta en el interior de los coches. En cuanto se levantaran se
acabaría la partida de cartas, las patadas al balón y nos despediríamos de los
López, los García y los Pérez dando por terminado el domingo de fútbol y
tortilla con hormigas.”
Galiana
Enero 2017
Galiana
escritora, contadora de historias,
rebelde, sus relatos están cargados de
realidad,
sentimientos ocultos, deseos
perseguidos,
miedos y valentías... Y sorpresas.
Sus historias no te dejaran indiferente.
Sus finales te sorprenderán.
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