El relato de Galiana
Uno de niños para adultos, por favor
Me
encanta que tú, si, tú, como lector me pongas retos, pero reconoce que esta vez
te has pasado por lo menos tres pueblos.
Tu
idea de que escribiera un cuento para niños me gustó, es más, me ha recordado
cuando lo hacía para los míos, pero añadir que gustara tanto a padres como a
hijos ya es más complicado.
Un
cuento infantil es un texto muy especial. Además de enganchar al niño, asunto
complejo donde los haya, no tiene que ajustarse a la realidad de los adultos,
sino a ésa que ellos tienen en su mente, para ello hay que volver a ser niños
sí o sí. La narración debe ser clara, concisa. Y, como diría un famoso
entrenador de fútbol, siempre en positivo. En cuanto a la extensión del texto
es preferible pecar de brevedad a hacerlo por exceso. Los temas sencillos
siempre funcionan. Pueden desarrollarse en un lugar o en un tiempo imaginario
siempre y cuando ellos sean capaces de hacerlos suyos, la regla es que todo lo
que puedan imaginar es perfectamente creíble si está bien explicado. La
narración en primera persona es mucho mejor, ya que le convertimos en
protagonista del cuento desde el minuto cero.
Los
relatos para adultos también deben atrapar a quien los lee desde la primera
frase, pero aquí podemos dejarlo todo a una doble o incluso triple
interpretación. No es necesario un final cerrado. Cuanto más enredosa y
escabrosa sea la trama mucho mejor, no nos engañemos, nos pirramos por los
crímenes en todas sus modalidades y qué decir de las traiciones y deslealtades
amorosas.
Escribir
un texto claro, conciso, en pocas líneas, y con final cerrado para una persona
que se dedica a ser cuentista forma parte de su día a día. Elegir un argumento
que interese tanto a niños como a adultos ya es una cuestión de enjundia, y no
es nada fácil.
Después
de darle no pocas vueltas al planteamiento mis “células grises” han parido este
relato. Sobre si puede ser tan interesante para los peques como para adultos lo
dejo en tus manos.
Domingos de fútbol y tortilla
con hormigas
“Los domingos, una vez que entraba la primavera,
mi hermano y yo nos levantábamos temprano para vestirnos con el pantalón y la
camiseta del Real Madrid. De esa guisa nos sentábamos en la mesa de la cocina a
tomar nuestro tazón de Cola-Cao con churros. Entre miradas de complicidad y
risas desayunábamos a toda prisa para ir raudos a la calle para ayudar a Papá a
cargar el coche con bultos que Mamá había ido dejando en la entrada.
Bajábamos una cesta con tortilla de patatas y
filetes empanados, que ella había estado cocinando mientras nosotros tomábamos
el desayuno. Después de la cesta le tocaba el turno a la nevera, donde había
botellas de agua, Coca-Cola y Mirinda cubiertas con el hielo. Lo último que
nosotros llevábamos al coche era una bolsa con un mantel de cuadros rojos,
cubiertos, platos y vasos de plástico.
En el maletero Papá ya había acomodado la mesita
azul plegable con las sillas a juego, la sombrilla de color verde y naranja y
la televisión portátil. Mi padre se llevaba al campo una tele que le había
traído nuestro tío cuando había hecho la “mili” en Canarias. La enchufaba al
mechero del coche para ver el Telediario a la hora de comer, y la película de
después mientras jugaba a las cartas con los padres de los López, los García y
los Pérez. La de veces que nos reñía al pasar por delante de ella para recoger
el balón que se nos había escapado tratando de emular a Pirri, Amancio o Del
Bosque.
Nosotros con nuestra equipación del Real Madrid;
Papá con su chandal azul, su camiseta de rayas verdes y azules y unos zapatos
de color marrón formábamos la parte más deportiva; mi madre y mi hermana la
pequeña vestían de otra manera. Mamá llevaba un traje pantalón con unos zapatos
de tacón; mi hermana un vestido cuyo color hacia juego con los lazos de sus
trenzas y unos zapatos blancos.
Una vez los cinco estábamos sentados en el coche
Papá arrancaba. Mi hermano y yo mirábamos el reloj que me habían regalado los
abuelos por la Comunión, sabíamos que en hora y media llegamos a nuestro sitio
de costumbre donde ya estarían los López, los García y los Pérez. Siempre
éramos los últimos en llegar, a los miembros masculinos de la familia nos
fastidiaba, pero nunca supimos qué hacían Mamá y “la Niña” en casa, el caso es
que hasta que Papá no se fumaba el pitillo y aplastaba la colilla en la acera
con el pie ellas no aparecían por el portal.
Nada más llegar a nuestro sitio las madres se
ponían a hablar de sus cosas formando un corro mientras mi hermana y las otras
niñas saltaban a la comba o al “pilla, pilla”. Los padres, por otro lado, se
empeñaban en enseñarnos cómo había que pegarle un buen zurdazo al balón para
marcar gol. Así se pasaba la mañana.
A la hora de comer Mamá llamaba a Papá para que
clavara la sombrilla y abriera la mesa y las sillas al lado del coche. En unos
minutos la tortilla de patatas y los filetes empanados estaban sobre los platos
de plástico, los vasos llenos de Coca-Cola para los mayores y Mirinda para los
pequeños.
Al banquete dominical y sin que nadie las
invitase se unían las hormigas. A mi hermano y a mí no nos importaba
aplastarlas contra el borde del plato, o beberlas del vaso donde flotaban en la
Mirinda. A Papá los insectos le daban lo mismo, se comía el pan llevara o no
bicho. Las chicas, por contra, tenían problemas con los diminutos animalitos:
Mamá se desquiciaba intentado quitárselas del plato a “la Niña” para que dejase
de chillar:
-Aquí, mamá, aquí hay una, ¡quítala, quítala,
quítala!
La comida llegaba a su momento culmen con Mamá
diciéndole a Papá que el próximo domingo no volveríamos allí porque estaba
harta de hormigas, niños y demás.
Luego Papá pedía silencio porque empezaba el
Telediario. Todos mirábamos la diminuta pantalla del televisor en silencio
engullendo la tortilla, los filetes, la manzana y alguna que otra hormiga.
En cuanto acababan las noticias mi hermano y yo
nos levantábamos y nos íbamos a jugar al fútbol con los hijos de los López, los
García y los Pérez. Los padres encendían un puro y jugaban al mus, con una
película en la diminuta televisión que nadie veía. Las madres y las niñas
dormían la siesta en el interior de los coches. En cuanto se levantaran se
acabaría la partida de cartas, las patadas al balón y nos despediríamos de los
López, los García y los Pérez dando por terminado el domingo de fútbol y
tortilla con hormigas.”
Galiana
Enero 2017
Galiana
escritora, contadora de historias,
rebelde, sus relatos están cargados de
realidad,
sentimientos ocultos, deseos
perseguidos,
miedos y valentías... Y sorpresas.
Sus historias no te dejaran indiferente.
Sus finales te sorprenderán.
Puedes encontrarla en:
Blogs:
Twitter: @GalianaRgm
Instagram: @galianargm
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Rgm
Telegram: Canal Galianaescritora
Buon mercoledi.
ResponderEliminarCaro Giancarlo! Mille grazie per la tua visita.
ResponderEliminarBuona giornata anche a te.
Abbraccio!